10.08.2015


Los ojos de Camila.
Autor: Yanela Duimich
“Cultura de la mortificación. La locura como enfermedad mental a la intemperie”.

Me desperté con miedo. Como tantas veces desde que nací, por suerte, están mis hermanitos, solamente verlos al lado mío me aparta de las pesadillas, los veo y me ubico en seguida, estoy en mi pieza, los monstruos están allá, en mi cabeza. Soné que me corrían, no sabía qué, pero me acechaban. Hoy cada vez que abro los ojos los chicos van desapareciendo uno a uno. Miré la cama de Julio, no está, escuchó ruidos en la  pieza de mamá, nos divide una pared finita, a veces para no escuchar a mis papás “pelear” me pongo la almohada en la cabeza, o me pongo en la cama de costadito, me tapo la cabeza con la almohada y me subo a un va y ven rápido, los ruidos se alejan y con ellos los fantasmas…
Esta madrugada pasa algo raro, agachadita, gateando despacito, atravieso toda nuestra habitación, me asomo por el umbral de la puerta, desde el piso, desde abajo, abajo del infierno mismo vi lo peor, me pellizque, seguro estoy soñando y sigo dormida. Una vez me contaron que las personas que no se despiertan del todo pueden deambular dormidos ¿cómo era que le dicen? Sonámbulos…eso, seguro estoy sonámbula, me vuelvo despacito a mi cama para despertarme.
Me acuesto, envuelvo mi cara y me hamaco con violencia, con desesperación, con ánimo de abandonar la cama y despertar en…en…en Otro lugar. Pero no pasa, me vuelvo a despertar y ahora también falta Jacinto. Me arrastro de nuevo, temblando, llorando en silencio, cuidando no hacer un solo ruido. Me asomo por la puerta, Julio esta boca abajo y Jacinto también. Mi mamá está sentada en la cama con la mirada ciega mirando la ventana. En el piso están Ariel, Alberto y Carlos.
Vuelvo a la cama, me escondo abajo de la sabana y empiezo a rezar. Una vez mi abuela me enseño una plegaría de una santa, “Santa Teresa de Ávila”. Los ruidos siguen llegando y yo me abrazo a mi plegaria “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda”. “Todo se pasa”… ¿sería así que “todo” pasa? Acaso esto va a “pasar”, y vale también preguntar, si Dios no se muda ¿dónde está? Acá, no hay nadie que apele este delirio. Estoy escondida, agarradita de mi sábana esperando que esto que parece una pesadilla sea un chiste grotesco de algún payaso perdido en su disfraz. Pero nosotros no tenemos esa suerte, esto es lo real.
Siento que me tocan el pie, se me paraliza el cuerpo, de apoco la sábana me descubre, tengo los ojos empapados y ella también. Se sienta en la cama y me mira. Solamente me mira. Yo lloro, no puedo levantar la cabeza, mis ojos la buscan pero le tienen miedo, perdieron la ternura.
-Camilita, vos quizás ahora no me entiendas, pero es tan linda la vida que preferiría no haber nacido-dijo mamá mientras se pierde en una pared, un límite,  que más que muro parece su horizonte.
Me muevo de a poquito hacía atrás, despacito. Me pongo mis pantuflas, sé que ella me está dando tiempo. Sé que ella espera que llegue la abuela, lástima que los chicos no pudieron esperar. Dicen que se brota, pero yo creo que ella no supo qué hacer con su destino. Una vez leí en un libro que ya está todo escrito…ojala que no, ojala que pueda correr más rápido que las probabilidades. Ojala pueda olvidar a mis hermanos para no extrañarlos. Ojalá pueda ser como ese tal “Edipo” que me contó mi abuela que sabía algo de su mamá que no se podía decir, ¡igual que yo! Voy a hacer lo mismo,  arrancarse los ojos seguro duele menos que ver…ver lo que nunca, nunca, nunca voy a poder apalabrar.
Corro en pantuflas, camisón, con el saquito que me tejió mamá. Corro y el viento me arranca las lágrimas. Los pelos desordenaos en el gemido del terror. Lloro y pienso, pienso, lloro. No sé en qué orden, pero pienso en las palabras de papá “está pirada” decía siempre y nos dejaba con ella solos, se iba semanas al campo. Cuando venía no decía nada, “sos frío” demandaba mamá.
¡Ay! Me caí en el barro, me levanto,  me saco el pelo de la cara y me la mancho de oscuridad, de tierra. La abuela buscó ayuda, ella decía que los médicos la iban a ayudar porque hay unos médicos, que en realidad no son médicos, que se ocupan de la “cabeza”. Ayer mi mamá fue, no la atendieron. Capaz se dio cuenta que estaba enloqueciendo y ellos le cerraron la puerta. Capaz porque no somos nadie importante en el pueblo. Capaz porque estar “pirada” es una vergüenza de la que nadie se quiere hacer cargo, pero acá la vergüenza la pagaron mis hermanos.
Corro, rápido Cami, corre, me digo internamente, dale que llegas, todavía mamá está viva. Veo la casa de los abuelos, me falta poco, me cruzo algunos vecinos que se detienen a mirarme desesperada. Ya llego, ya llego, justo sale la abuela, parece que me vió.
-¡¡¡¡Camila!!!!
-¡¡¡Abu!!!- grito llorando- ¡Abu, mami se brotó!
Mi abuela corre la última cuadra a mi encuentro. Me mira llorando, no se anima a preguntarme, abre los brazos en una exclamación.
-Todo no pasa abu, se murieron, mami dijo que los estaba salvando. A mí me dejo escapar, a mí no me salvo, me dejo todos los recuerdos, acá abuela, en los ojos.

Basada en la voz de un persnaje de una historia real:
-          Sans, D.  Historias de la trágica Salud Mental en Río Negro: “Mariana de Río Viejo”.




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