2.02.2022

Jóvenes.


 Eramos jóvenes.

Con los apuros del amor, desordenados en el cuerpo, en los pensamientos.

No existía el después, ni la perspectiva del tiempo que todo lo ordena.

El tiempo era más efímero que nunca y las hondonadas de sentimientos, también.

Fuimos jóvenes  para probarnos "lo" imposible, esa prueba era el único testimonio irrefutable.

Las obsesiones eclipsaron todo, y entonces el mundo se derrumbaba todo el tiempo, 

entre ansiedades, esperas, angustias, en la apuesta del todo o nada.

Y nada, era, asistir a la muerte, a la que tanto miedo teníamos.

Eramos jóvenes, la pasión anudo el lazo y el amor probó finales.

De esas urgencias, nos queda el recuerdo, pero ante todo una certeza,

morir de amor es una metáfora que nos enfrenta a la verdad de que, 

ni aún siendo jóvenes, se muere de amor.

Asistimos solemnes al funeral de la imagen de lo que el otro fue,

indignados, ante la imagen nefasta que el otro arma para tolerar separarse. 

En definitiva, el único temor era confirmar que ante la muerte la vida sigue.



8.07.2020

a

Restarme.

Descontarme del vacío.

Hacerte pregunta-duda-falta.

Responder con limites precisos.

Restarme-caerme.

Confirmar que no alcanza.

Divisar los destinos del empuje.

Expectar la destrucción.

Todo desregulado no perdió nada.

Perder, otra  batalla. 

Hacerte falta.

Confirmar que no me 

                            Alcanza. 

11.20.2015

Lo visible del Padre es el Hijo. Lo invisible del Hijo es el Padre.




-Levante la mano el que sepa que es ser autista-Así, interpelo Pedro a sus compañeros el último día de la asamblea clínica, inaugurando su primer día en la práctica de la parresia, práctica que le permitió empezar a simbolizar su basto mundo interno, en un lugar donde el entramado de ternura amortiguaba la implosión de su silencio eterno…eterno hasta hoy.
Decidí comenzar con las “Asambleas Clínicas” después de dos largos meses de asumir un cargo de “consejera estudiantil” en un secundario. Soy profesora de Danza, fiel a mi dispuesto decir “sí” acepte convencida de que tenía “todo para dar”. Resultó que la problemática supero “todo” eso que tenía para dar reduciéndolo a la nada misma. Parecía que nada de todo el capital con el que contaba alcanzaba para el espectro de situaciones que confluyen en la escuela pública, que representa lo más duro de toda Institución. Rígida, inflexible y resignada. Los ojos ciegos a “lo justicia”. Es mejor no ver, no visibilizar todo lo que sucede en este lugar, porque además implicaría opacar todo lo que sucede a nivel individual y subjetivo. Mejor abonar la lucha personal, quizás esa sí alcance el estertor fugaz pero contundente de lo mediático.
Esta escuela, la 152, se me figura la imagen más fidedigna de la sociedad. Aquí encontramos la fauna mortecina, jóvenes sin vocación que interpretan “el rol” del docente, rol que en su piel deviene en salida laboral. Sin aspiraciones, con la cabeza agachada y los ceños fruncidos. Ausente la mirada que comprende lo que ve cuando se presenta el alumnado. También señoras hastiadas, nerviosas, frustradas, apagadas, cobardes, alienadas…si las ves de frente salís corriendo sin dudarlo. Estos cuerpos sin alma no creen en nada, aspiran a no registrar lo que “sienten”. Afiladas en la línea del “hacer” sin reflexión, sin esperanzas, abandonaron la convicción de que Al mundo “lo podemos cambiar”. Una rebelión perdida en el último Smartphone.
Asistí a esta encerrona de casualidad, asistí y encontré todo tipo de desencuentros. Chicos agresivos que defienden su delimitada y circunscripta individualidad con la furia impávida de sus auriculares. La necesidad imperante de reforzar el espacio individual para alejar al otro, el otro que es un foráneo, un extranjero del que pueden y deben prescindir.
Las Asambleas formaron parte de mi formación, asistir a la academia de arte tiene (en ocasiones) algunas bellezas. Al encontrarme en el diálogo individual con los jóvenes pude percibir rápidamente lo ineficaz de abordarlos sin un dispositivo que contenga toda la carencia que alardean sus lugares de pertenencia.  Las quejas llevaban siempre al mismo lugar, a los padres. Parece que no había padres “suficientemente buenos” tamizando las demandas, eso sería, que simplemente  pudieran escuchar.
Drogas, alcohol, la revolución sexual, y además, la integración. Aquella que permite que los chicos con “capacidades diferentes” se integren con estos, que como son “normales” no es necesario explicar qué son. Todos, en tácito acuerdo, sabemos qué contempla la “normalidad” y además “otorga” el beneficio de la homogeneidad.
Estaba Pedro, que hasta acá fue hablado por todos, su carta de presentación podría ser lo que describe con exactitud el DSM-IV. Parece ser que el tema es hacer coincidir los perfiles. Con eso alcanza, los diagnosticamos y de repente “sabemos quiénes son”.
Las asambleas generaron polémica, los padres se quejaron, esto no estaba en el programa, “además los chicos llegan y no sabemos cómo contenerlos”…en la institución generó molestia “la loquita de artes”, a mí me pareció sublime que “no sepan cómo contenerlos” generó un movimiento, una inquietud que tal vez llevaría a mirarse un poco más, desarrollar una herramienta, a despabilarnos como instituciones: Familia y escuela. En mi mayor aspiración, como seres sensibles.
Invité a los padres a la última asamblea, les conté que se trataba de generar un espacio de ternura donde pueden pararse y expresar “libremente” lo que deseen. Conectarse con el deseo, el gran desafío.
Se paró Mariana, la mamá de Pedro.
-Yo soy la mamá de un chico autista, hasta acá he sufrido mucho por mi hijo. Pero me gustaría que me expliquen por qué los psicólogos siempre nos “pegan” a las madres. ¡Con lo que duele el sufrimiento de un hijo!
“La mama de un chico autista” se quedó parada esperando una respuesta que no llego. Suspendida en su reclamo, diluyendo la subjetividad de Pedro de tras de un violento “mi hijo”.
Al sentarse se paró Pedro. ¿Pedro? Sí Pedro, “el autista”…
-Levante la mano el que sepa que es ser autista. Yo escucho, yo siento, yo soy mucho más que lo que todos dicen que soy. Y estas prácticas me hacen muy feliz…
Nunca pude abonar a la neutralidad. Pedro se sentó y lloré en silencio mientras todos se pararon a aplaudirlo.

Desde hoy y para siempre, él es, simplemente Pedro, él que toma la palabra.

10.08.2015


Los ojos de Camila.
Autor: Yanela Duimich
“Cultura de la mortificación. La locura como enfermedad mental a la intemperie”.

Me desperté con miedo. Como tantas veces desde que nací, por suerte, están mis hermanitos, solamente verlos al lado mío me aparta de las pesadillas, los veo y me ubico en seguida, estoy en mi pieza, los monstruos están allá, en mi cabeza. Soné que me corrían, no sabía qué, pero me acechaban. Hoy cada vez que abro los ojos los chicos van desapareciendo uno a uno. Miré la cama de Julio, no está, escuchó ruidos en la  pieza de mamá, nos divide una pared finita, a veces para no escuchar a mis papás “pelear” me pongo la almohada en la cabeza, o me pongo en la cama de costadito, me tapo la cabeza con la almohada y me subo a un va y ven rápido, los ruidos se alejan y con ellos los fantasmas…
Esta madrugada pasa algo raro, agachadita, gateando despacito, atravieso toda nuestra habitación, me asomo por el umbral de la puerta, desde el piso, desde abajo, abajo del infierno mismo vi lo peor, me pellizque, seguro estoy soñando y sigo dormida. Una vez me contaron que las personas que no se despiertan del todo pueden deambular dormidos ¿cómo era que le dicen? Sonámbulos…eso, seguro estoy sonámbula, me vuelvo despacito a mi cama para despertarme.
Me acuesto, envuelvo mi cara y me hamaco con violencia, con desesperación, con ánimo de abandonar la cama y despertar en…en…en Otro lugar. Pero no pasa, me vuelvo a despertar y ahora también falta Jacinto. Me arrastro de nuevo, temblando, llorando en silencio, cuidando no hacer un solo ruido. Me asomo por la puerta, Julio esta boca abajo y Jacinto también. Mi mamá está sentada en la cama con la mirada ciega mirando la ventana. En el piso están Ariel, Alberto y Carlos.
Vuelvo a la cama, me escondo abajo de la sabana y empiezo a rezar. Una vez mi abuela me enseño una plegaría de una santa, “Santa Teresa de Ávila”. Los ruidos siguen llegando y yo me abrazo a mi plegaria “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda”. “Todo se pasa”… ¿sería así que “todo” pasa? Acaso esto va a “pasar”, y vale también preguntar, si Dios no se muda ¿dónde está? Acá, no hay nadie que apele este delirio. Estoy escondida, agarradita de mi sábana esperando que esto que parece una pesadilla sea un chiste grotesco de algún payaso perdido en su disfraz. Pero nosotros no tenemos esa suerte, esto es lo real.
Siento que me tocan el pie, se me paraliza el cuerpo, de apoco la sábana me descubre, tengo los ojos empapados y ella también. Se sienta en la cama y me mira. Solamente me mira. Yo lloro, no puedo levantar la cabeza, mis ojos la buscan pero le tienen miedo, perdieron la ternura.
-Camilita, vos quizás ahora no me entiendas, pero es tan linda la vida que preferiría no haber nacido-dijo mamá mientras se pierde en una pared, un límite,  que más que muro parece su horizonte.
Me muevo de a poquito hacía atrás, despacito. Me pongo mis pantuflas, sé que ella me está dando tiempo. Sé que ella espera que llegue la abuela, lástima que los chicos no pudieron esperar. Dicen que se brota, pero yo creo que ella no supo qué hacer con su destino. Una vez leí en un libro que ya está todo escrito…ojala que no, ojala que pueda correr más rápido que las probabilidades. Ojala pueda olvidar a mis hermanos para no extrañarlos. Ojalá pueda ser como ese tal “Edipo” que me contó mi abuela que sabía algo de su mamá que no se podía decir, ¡igual que yo! Voy a hacer lo mismo,  arrancarse los ojos seguro duele menos que ver…ver lo que nunca, nunca, nunca voy a poder apalabrar.
Corro en pantuflas, camisón, con el saquito que me tejió mamá. Corro y el viento me arranca las lágrimas. Los pelos desordenaos en el gemido del terror. Lloro y pienso, pienso, lloro. No sé en qué orden, pero pienso en las palabras de papá “está pirada” decía siempre y nos dejaba con ella solos, se iba semanas al campo. Cuando venía no decía nada, “sos frío” demandaba mamá.
¡Ay! Me caí en el barro, me levanto,  me saco el pelo de la cara y me la mancho de oscuridad, de tierra. La abuela buscó ayuda, ella decía que los médicos la iban a ayudar porque hay unos médicos, que en realidad no son médicos, que se ocupan de la “cabeza”. Ayer mi mamá fue, no la atendieron. Capaz se dio cuenta que estaba enloqueciendo y ellos le cerraron la puerta. Capaz porque no somos nadie importante en el pueblo. Capaz porque estar “pirada” es una vergüenza de la que nadie se quiere hacer cargo, pero acá la vergüenza la pagaron mis hermanos.
Corro, rápido Cami, corre, me digo internamente, dale que llegas, todavía mamá está viva. Veo la casa de los abuelos, me falta poco, me cruzo algunos vecinos que se detienen a mirarme desesperada. Ya llego, ya llego, justo sale la abuela, parece que me vió.
-¡¡¡¡Camila!!!!
-¡¡¡Abu!!!- grito llorando- ¡Abu, mami se brotó!
Mi abuela corre la última cuadra a mi encuentro. Me mira llorando, no se anima a preguntarme, abre los brazos en una exclamación.
-Todo no pasa abu, se murieron, mami dijo que los estaba salvando. A mí me dejo escapar, a mí no me salvo, me dejo todos los recuerdos, acá abuela, en los ojos.

Basada en la voz de un persnaje de una historia real:
-          Sans, D.  Historias de la trágica Salud Mental en Río Negro: “Mariana de Río Viejo”.




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9.23.2015

"Hasta el café de la 
mañana eramos
iguales"



Todos los días a la tarde viene Robertito a buscarme para andar en bicicleta. Recorremos todo el pueblo, incluso los lugares prohibidos por la autoridad paterna. La ley nos prohíbe los monoblocks, los lugares alejados y sobre todo el hospital. El hospital cerró sus puertas a los locos y andan sueltos dando vueltas por ahí.
El loco "Cachi" te puede correr, ese es el que más miedo me da, porque yo corro despacio nunca le puedo ganar un pique a Maxi, mi hermano. 
 ¿Mirá si me corre el "Cachi"? Me muero de susto, pero...mirá si me agarra el loco "Cachi"? Qué pasaría? La vardad no sé, ni quiero...
También anda María, María es una vieja que siempre que te ve te pide un cigarrillo.-"Che, piba, tenes un pucho?" Está loca en serio, me lo pide a mi que tengo diez años y los bolsillos llenos de palitos de la selva. La siguen unos perros, tan sucios y abandonados como ella. Camina todo el pueblo, es fácil verla de una punta a la otra. 
El otro día la ví en la plaza dándole caramelos a las palomas, mirá si esta loca, a mi me enseñaron que a la plaza se va a darle migas a las palomas.
Las personas la esquivan, todos aprendimos a tenerle miedo y a defendernos de ella. Porque ella es rara, no le importa tener un trabajo, cuidar una familia, tener ropa linda y limpia.
Me siento al lado de ella, como para seguir desafiando la ley y ver qué pasa. Me mira fijo. Veo su atado de cigarrillo, pienso en esconderlo como fantaseo siempre con los cigarrillos de mi mamá. Pero no. Esa, su adicción, es eso, su a-dicción, todo lo que no pudo decir, todo lo que nadie le enseño a simbolizar, todo lo que nadie quiso escuchar.
Abro mis ojos, termino el ejercicio. Esta tarde, tengo que ir a buscar a Catalina al jardín.  


9.14.2015

Los hijos del Culo


Fernando dejó los hábitos. Él conocía mejor que nadie la sensación de probar un disfraz para abordar la vida. Imaginate un pibe de 18 años viajando a Buenos Aires para internarse en un monasterio sin conocer el roce del amor y el desengaño del tacto. Él se marchó como si hubiera algo que dejar atrás para buscar adelante. Cuando regresó era todo un hombre, perdón, un religioso.
Pero no había perdido su sesgo de rebelión, quiso probar un rol solo para confirmar que no era por ahí, y así concluir que quizás la vida se tratara de ser actores, de ir probando personajes, escenarios, aprendiendo a empatizar, es decir, estar en los zapatos del otro. Él siempre decía:
-“Él otro capaz no te entiende no porque es malo, es guacho, es terco, no te entiende porque es otro”. Pero esa enseñanza no estaba en el manual de “cómo ser humano”.
Un Domingo se fue al Cotolengo, siempre andaba por lugares humildes, en el fondo el sentía culpa por animarse a ser, culpa que lo llevo a responsabilizarse frente a quienes no tienen los recursos, ni sociales, ni económicos, ni los recursos internos para transformar su vida. Se sentía responsable frente a los que no tienen.
Esa tarde se le acerco una vieja, Checha, con la piel curtida por el sol y la vida. Permanecieron en silencio contemplando a unos pibes que jugaban a la pelota. Checha rompió el ruido de los gritos:
-Fernando, todos estos son hijos del culo.
-¿Hijos del culo?-Repitió Fernando, impávido frente a la sabiduría de la vida encarnada en lo que el denominaba “la carencia”.
-Sí, Padre. A estos pibes no los espero nadie, no los esperaba ni un nombre.
Demoledor, “no los esperaba ni un nombre”. Los nombro el más caprichoso de los azares.
Fernando agarro su saco, clavo la mirada en la nada protegido por sus anteojos, arrastrando los pies por la tierra. Pensó en Cristian, el petizo del potrero que gambetea patadas y putea a las pibas, él no tuvo lugar en la vida de sus desertores padres.
Pensó en Milagros, la beba que encontraron en el basurero, nadie le pregunto si quería nacer abandonada al portento impenetrable de la vida.
Camino unos metro más y se subió a su camioneta donde llevaba los colchones para los inundados. Y ahí pensó en Pilar, una “chica bien” del colegio Fátima donde enseña ética Religiosa. Pensó cuando llorando le pregunto si las “caricias de su tío” eran amor  o abuso.
Y siguió pensando, se acordó de Juani, el “traga”, que estudia doce horas diarias con sus tutores porque sus papas aspiran a que compita en el mundo, como lo hacen ellos con sus profesiones, porque el único legado para su hijo es el progreso.
Y siguió pensando…
En ese anochecer, Fernando colgó el hábito y pegó un portazo. El párroco indignado al verlo partir en silencio sin siquiera explicar lo que pasaba, le grito:
-“¡¡Pero vos te volviste loco!!”
-Loco estaba pensando que era distinto, que tenía algo que ellos no tenían, que podría darles algo.

Y la verdad, Luis, es que todos en el fondo somos un poco hijos del culo.

12.08.2012

Rincones

La vida esta transcurriendo, aconteciendo con todo.
Con sus estaciones y sus eternos inviernos.
La vida me esta transcurriendo, marcando con todo.
Ya me impuso todas las normas, todas sus leyes infames.
Y nada. Nada de lo que haga esta vida me despierta.
Realmente yo no te elegí, ahora que te conozco tampoco lo haría.
No me gustas. Ni aunque cambies. Nada tenes para ofrecerme.
Y todas las banalidades baratas que quieran venderme,
"sos especial". No me jodas, el 99,9% de las personas cree que es especial.
Estamos todos en el mismo lugar, subiéndonos a la ola de algún "gran" sueño.
Siempre llega el instinto de perpetuidad, que nos arremete,
que nos obliga a jugárnosla con todo.
Ya probé todas las pasiones, ya deje todas las pasiones.
Ya busqué en todos los rincones lo alternativo.
Y repito, aunque te vista de hermosa, no me gustas. Yo no te elegí.
Todos los trucos que me impuse desde afuera, fueron más fugaces
que tus días...cada vez más cortos.
Quizás queden algunos rincones, algunos paliativos vestidos de alegría.
Eso no preocupa.
Nada me inquieta, solo saber que va a pasar cuando agote los rincones.

7.31.2012

El cuerpo sin cuerpo

El cuerpo sin cuerpo, es un alma.
Un cuerpo sin cara ni ganas.
El cuerpo sin cuerpo, es un gesto
Un sentido divino de ser libre

El cuerpo sin cuerpo, no calla
Hablan las ganas del viento
Y canta el sentido adivino
De ser un principio creativo

El cuerpo sin cuerpo, es todo.
Seduce en latido en fuego
El alma de un mundo pequeño
Que acaricia el ego del tiempo.

El cuerpo sin cuerpo es el centro.