Los ojos de Camila.
Autor: Yanela Duimich
“Cultura
de la mortificación. La locura como enfermedad mental a la intemperie”.
Me
desperté con miedo. Como tantas veces desde que nací, por suerte, están mis
hermanitos, solamente verlos al lado mío me aparta de las pesadillas, los veo y
me ubico en seguida, estoy en mi pieza, los monstruos están allá, en mi cabeza.
Soné que me corrían, no sabía qué, pero me acechaban. Hoy cada vez que abro los
ojos los chicos van desapareciendo uno a uno. Miré la cama de Julio, no está, escuchó
ruidos en la pieza de mamá, nos divide
una pared finita, a veces para no escuchar a mis papás “pelear” me pongo la
almohada en la cabeza, o me pongo en la cama de costadito, me tapo la cabeza
con la almohada y me subo a un va y ven rápido, los ruidos se alejan y con
ellos los fantasmas…
Esta
madrugada pasa algo raro, agachadita, gateando despacito, atravieso toda
nuestra habitación, me asomo por el umbral de la puerta, desde el piso, desde
abajo, abajo del infierno mismo vi lo peor, me pellizque, seguro estoy soñando
y sigo dormida. Una vez me contaron que las personas que no se despiertan del
todo pueden deambular dormidos ¿cómo era que le dicen? Sonámbulos…eso, seguro
estoy sonámbula, me vuelvo despacito a mi cama para despertarme.
Me
acuesto, envuelvo mi cara y me hamaco con violencia, con desesperación, con
ánimo de abandonar la cama y despertar en…en…en Otro lugar. Pero no pasa, me vuelvo
a despertar y ahora también falta Jacinto. Me arrastro de nuevo, temblando,
llorando en silencio, cuidando no hacer un solo ruido. Me asomo por la puerta,
Julio esta boca abajo y Jacinto también. Mi mamá está sentada en la cama con la
mirada ciega mirando la ventana. En el piso están Ariel, Alberto y Carlos.
Vuelvo
a la cama, me escondo abajo de la sabana y empiezo a rezar. Una vez mi abuela
me enseño una plegaría de una santa, “Santa Teresa de Ávila”. Los ruidos siguen
llegando y yo me abrazo a mi plegaria “nada te turbe, nada te espante, todo se
pasa, Dios no se muda”. “Todo se pasa”… ¿sería así que “todo” pasa? Acaso esto
va a “pasar”, y vale también preguntar, si Dios no se muda ¿dónde está? Acá, no
hay nadie que apele este delirio. Estoy escondida, agarradita de mi sábana
esperando que esto que parece una pesadilla sea un chiste grotesco de algún
payaso perdido en su disfraz. Pero nosotros no tenemos esa suerte, esto es lo real.
Siento
que me tocan el pie, se me paraliza el cuerpo, de apoco la sábana me descubre,
tengo los ojos empapados y ella también. Se sienta en la cama y me mira.
Solamente me mira. Yo lloro, no puedo levantar la cabeza, mis ojos la buscan
pero le tienen miedo, perdieron la
ternura.
-Camilita,
vos quizás ahora no me entiendas, pero es tan linda la vida que preferiría no
haber nacido-dijo mamá mientras se pierde en una pared, un límite, que más que muro parece su horizonte.
Me
muevo de a poquito hacía atrás, despacito. Me pongo mis pantuflas, sé que ella
me está dando tiempo. Sé que ella espera que llegue la abuela, lástima que los
chicos no pudieron esperar. Dicen que se brota, pero yo creo que ella no supo qué
hacer con su destino. Una vez leí en un libro que ya está todo escrito…ojala
que no, ojala que pueda correr más rápido que las probabilidades. Ojala pueda
olvidar a mis hermanos para no extrañarlos. Ojalá pueda ser como ese tal “Edipo”
que me contó mi abuela que sabía algo de su mamá que no se podía decir, ¡igual
que yo! Voy a hacer lo mismo, arrancarse
los ojos seguro duele menos que ver…ver lo que nunca, nunca, nunca voy a poder apalabrar.
Corro
en pantuflas, camisón, con el saquito que me tejió mamá. Corro y el viento me
arranca las lágrimas. Los pelos desordenaos en el gemido del terror. Lloro y
pienso, pienso, lloro. No sé en qué orden, pero pienso en las palabras de papá
“está pirada” decía siempre y nos dejaba con ella solos, se iba semanas al
campo. Cuando venía no decía nada, “sos frío” demandaba mamá.
¡Ay!
Me caí en el barro, me levanto, me saco
el pelo de la cara y me la mancho de oscuridad, de tierra. La abuela buscó
ayuda, ella decía que los médicos la iban a ayudar porque hay unos médicos, que
en realidad no son médicos, que se ocupan de la “cabeza”. Ayer mi mamá fue, no
la atendieron. Capaz se dio cuenta que estaba enloqueciendo y ellos le cerraron
la puerta. Capaz porque no somos nadie importante en el pueblo. Capaz porque
estar “pirada” es una vergüenza de la que nadie se quiere hacer cargo, pero acá
la vergüenza la pagaron mis hermanos.
Corro,
rápido Cami, corre, me digo internamente, dale que llegas, todavía mamá está viva. Veo la casa de los abuelos, me falta poco,
me cruzo algunos vecinos que se detienen a mirarme desesperada. Ya llego, ya
llego, justo sale la abuela, parece que me vió.
-¡¡¡¡Camila!!!!
-¡¡¡Abu!!!-
grito llorando- ¡Abu, mami se brotó!
Mi
abuela corre la última cuadra a mi encuentro. Me mira llorando, no se anima a
preguntarme, abre los brazos en una exclamación.
-Todo
no pasa abu, se murieron, mami dijo que los estaba salvando. A mí me dejo
escapar, a mí no me salvo, me dejo todos los recuerdos, acá abuela, en los
ojos.
Basada en la voz de un persnaje de una historia real:
-
Sans, D.
Historias de la trágica Salud Mental en Río Negro: “Mariana de Río
Viejo”.
.